Empezando por la lucha cuerpo a cuerpo que se produce ante las puertas de los vagones, donde los hay que pierden el culo por sentarse en los asientos que quedan vacíos, aunque para ello tengan que empujar hacia el centro del vagón a los que van a salir y dejen de pie y con cara de idiota a embarazadas, ancianos y lisiados varios. Dios, o la pachamama, les provea de generosas hemorroides.
Luego están los niñatos de mierda con la discoteca a cuestas, que no tienen reparo en compartir con el resto de pasajeros los grandes éxitos del rapero casposo de turno, o los vídeos youtube de las mejores caídas de yonkis, o sus últimas hazañas sexuales y las de sus colegas, o su penetrante hedor a verraco alérgico al jabón. Dios, o la pachamama, les provea de un tutor castrense.
Esas familias numerosas que llevan a los niños a jugar al Metro Wonderfun. Niño arriba, niño abajo, niño girando alrededor de las barras de mano como una stripper con mucha ropa, niño berreante dejando a Pepe Pótamo y su viento hiohuracanado por un laringectomizado. Dios, o la pachamana, les provea de paperas hindenburguianas.
Aún así, lo que más me revienta es la ocupación "ilícita" de ascensores. Me explico: si un ascensor tiene tres paradas y tú estás en la intermedia, súbete sin dudarlo en el primero que llegue, da igual si sube o baja. ¿Qué puede pasar? Que el ascensor te lleve adonde no quieres y, o bien jodas a los que quieren salir porque, por supuesto, del medio no te quitas ni a tiros, que eso de estorbar es lo tuyo, o bien te ríes en la cara de los gilipollas que ven llegar un ascensor al final de trayecto del que no sale nadie y en el que no cabe nadie. Dios, o la pachamana, les otorgue una gloriosa pedorrera.
Mr. Pipiwhite